A Juan, a Diego, a Antonio, a Javi y a Germán y Perico,
los samaritanos. Y a Alvarito
Pues señor –como empiezan los cuentos
antiguos – el viernes 19 por la tarde,
estaba inquieto e ilusionado por el fin
de semana: sábado “Montealegre”, cupo corrido
-me quedaban dos venados y un gamo- y
domingo “el Rapao”; dos fincas señeras con
los mejores recuerdos. Con la miel en
los labios me fui para el campo, preparé los
alchiperres, armas y viandas, todo al
coche y ¡al canto de vísperas!: media botella de
“Ercavio” – buen vino toledano- y un
plato de jamón junto a la chimenea; tempranito, a
la cama; soñé con mis dos venados, el
gamo y algunas gamillas que saltaban y
bailaban como los peces en el río.
El sábado a las siete tras el aseo
mínimo José y yo cogemos el coche con
mucha niebla hasta Andujar e iniciamos
el ascenso al Cerro que subimos “con gran
devoción” y “en llegando a San Ginés mirando
a mano derecha", canto y Salve a la
Morenita, en los vericuetos del jabalí
alcanzamos a seguir hasta la finca a un suicida
secretario camino del "Peñón"
cabalgando “un amotillo” con frío pelón jugándose la
vida en cada curva.
En la Junta fresquito, junto al río, sin
carpa y con el menaje recién sacado del
congelador, las migas ¡milagro! estaban
en su punto, los huevos fritos como deben
ser -yema clara y clara dura- agradable
compañía y mejor charla; rezo,
apercibimientos y advertencias -sermón
de Juan Lillo en el desierto- sorteo; saco el
primero, me toca el 3 de “el
Cortijero", cierre y huida de “las Minillas" de grato
recuerdo -dos gamazos y un buen venao-
hace quince días; antes de cerrar, larga
espera por un quítame allá esas rehalas.
El puesto, sucio de pinos, con dos
canutos que subían del barranco y unas
navillas querenciosas, hozadas de
guarros; la cosa pintaba bien; de vecinos, en el 2,
alguien de la propiedad que disparaba a
modo, con mucho ruido y pocas nueces y en
el 4 Diego Medina y su prole; testigo,
el secretario; en Montealegre han resucitado
esta vieja figura, a medio camino entre
fiel/colaborador y espía/enemigo pagado, Juan
“Motica” de apodo, zahorí, todo un pozo
de ciencia serreña y más retranca que un
portón. Transcurría la mañana sin coger
siquiera el rifle, solo pasaron ciervas y gamas
que yo, galante, dejaba pasar para que
sigan las labores propias de su sexo -nunca
me gustó matar hembras- ¡y los varones
no llegaban! los guarros estarían con
“solitario” y no comparecieron pese a
estar citados en forma. Frisando la una, cruzan
siete venaetes zagalones, cuernifinos y
mal comidos, por la marcha que llevaban iban
a tomar el Ave en la nueva estación de
Villanueva de Córdoba; les envié una salva de
compromiso en forma de saludo, nada;
José ni hizo intención de coger el rifle, el paso
que llevaban no les permitía detenerse
ni para saludar.
Dimos cuenta del taco, con buena
colaboración del secretario y una botella de
“Habla del silencio”, vino extremeño,
trujillano, muy apropiado para lances de caza,
por lo del silencio que habla; los
machos del Peñón de Montealegre no acudían a la
cita salvo aquellos mozalbetes
precipitados; los gamos tampoco secundaban a sus
damas juguetonas; uno se asomó a una risca,
lejos y debió pensar que no le apetecía
el juego en que le iba el tipo, se
volvió sin dar la cara.
Pasadas las dos, la hora de los grandes
venados y de los mejores cochinos
cuando dábamos la fiesta por amortizada,
oigo a mi izquierda un ruido que venía del 2
tendido del 4, jurisdicción de Diego;
seis venados, seis, buen encierro para una
corrida; todos buenos y el último un
"pavo" con palmas de cinco puntas coronando,
los seis se mostraron por el viso; justo
en el puñetero viso; para mi pesar, yo veía el
cielo azul, límpido, detrás de la
silueta de aquel bicho mientras metía el codillo en la
cruceta; mi corazón latía más de lo que
aconseja mi cardióloga. “Estatuario”, porque
ese debe ser su nombre, no se movía por
nada del mundo, yo suplicaba en silencio
que diera solo dos o tres pasos para
enterrar la bala; nada; ¿cómo tirar así?; la
trayectoria que seguiría el bicho cuando
le diera la real gana de moverse me dejaba
cinco metros -solo cinco metros- y lo
taparía un pino, un grupo de pinacos de la época
de Franco con los que no ha podido la
memoria histórica, que me lo iba a quitar de la
vista, quizás para siempre.
Efectivamente, arreón y alza el vuelo, lo tiré de pico, como
a las tórtolas, en los cinco dichosos
metros que tenía; tan pronto mi ojo vio tierra
detrás de aquella jodida paletilla,
disparé, hizo un amago ¿lo habría herido? ¿caería?,
José y el Secretario creían que sí, para
mí que no; lo vimos cruzar, al trasluzón unas
riscas y taparse. Lo tuve claro, había
perdido un pavo de campeonato que ya
empezaba hacerse mítico; registrado el
terreno, “Motica” diagnosticó que no había
sangre; el animal se encogió "de
oído" por el susto y se fue a criar, mientras, al saltar
la risca percibí que me hacía un corte
de mangas.
Con las agujas del reloj frisando las
tres, se esfumaron mis dos venados y mi
gamo, cabreo in crescendo, recogimos; en
la Junta Diego corre a felicitarme “por el
gran venado que yo había matado” dándolo
por hecho; él –juraba- lo dejó pasar para
mí ó ¿le quedaba cupo? Yo no tenía
perdón de Dios, aunque juro que sin tirar al viso,
solo puede hacerlo en décimas de
segundo, ¿cuántas explicaciones?. Fueron
llegando los monteros y Diego predicaba
para mi pesar las virtudes de aquel "pavo" y
yo, compungido, sabiendo que no mentía;
poca publicidad para tan gran tropiezo; me
reconcomía poniendo a mal tiempo –una
preciosa y tibia tarde preinvernal- buena
cara.
La comida espléndida, por un día, los
Villén cumplieron mejor que mi venado y
mejor que yo; a la vuelta llegamos a ver
a la Reina de la Sierra, rezamos una Salve y
ella que es Madre, me sonrió; en la
mirada también me pareció percibir una cierta
ironía.
Llegamos a casa al filo de las siete;
había que ir a misa y guardamos los rifles
para no dejarlos en el coche; el cura
explicó el evangelio del bueno de San José peor
que lo hiciera Jose María Pardo por la
mañana mientras esperábamos. De vuelta a
casa recebé el morral de los estragos
del día y tras un pan y aceite en la lumbre, a
dormir, a olvidar a Estatuario y soñar
con los que esperaban berreando en el Rapao.
Amaneció el Domingo ya camino del Cerro
de nuevo, kilómetro 17,400 de la
Carretera de Puertollano, a la
izquierda; el Rapao, en el centro de la mancha, la Junta;
desayuno frugal, de Domingo, sin migas y
los huevos como siempre (manifiestamente
mejorables) en el patio de la casa, que
“es particular y si llueva se moja como los
demás”, las mesas en cuesta y cojas,
apretando la barriga para mantener el equilibrio
de tazas, platos y copas; todavía duraba
el cachondeito fino del lance del “pavo” del
“Cortijero”. Sorteo, Juan adornado por
la sombra de una cuerna de vaca; la mano
inocente de José saca un buen puesto, el
4 de “las Losas”, orden de salida el último,
tiene un gran pandero enfrente y los
bichos cruzan en todas direcciones, dicen.
Dejamos en el 1 a mi primo Antonio
Calabrús, en el 3 a Germán, Perico y sus
niñas, llegamos al 4; el puesto bonito,
en tres chaparrillos, buen aire y sol de lado, a la
izquierda del camino, a unos cien
metros; vamos a sacar los apechusques y al abrir el
portón del coche, nos quedamos
impertérritos ¿¿¿dónde están los rifles???, caigo en
la cuenta que los saqué para ir a misa y
esta mañana cogí solo el morral; ¡¡¡los rifles 3
quedaron enfundados junto al armero!!!,
a más de cien kilómetros, Jose y yo sufrimos
una risa nerviosa que nos quita el
habla, ante la increíble mirada del postor.
Decidimos que José vaya a pedir auxilio
a los puestos vecinos: Perico, Germán –
vecinos- Javier y Antonio –en la misma
armada- eran los destinatarios de nuestra
cuestación de ¡un rifle por el amor de
Dios!
¿Me habrían pasado cosas en cuarenta
años de sierra? Como ésta, ninguna;
quedé rezando cuanto supe, instalando el
puesto, abriendo los prismáticos y cogiendo
piedras, si se acercaba algún venado, lo
intentaría, podía haber suerte. Un cuarto de
hora después vuelve José y ¡milagro de
la solidaridad venatoria! y la fraternidad que
caracteriza a los viejos morteros; San
Humberto había acogido mis súplicas; José
exhibía como una joya, un Remington
30.06 para zurdos que le había dejado Germán,
quitándoselo de sus manos ¡eso es
caridad! Compartirían el de Perico. A cargar; mi
mano derecha buscaba lo que no
encontraba: el cerrojo, con mil fatiguitas, lo dejé en
disposición de tiro. Dicen que los
gitanos no gustan de buenos principios.
No habían pasado diez minutos cuando en
el paredón de enfrente a 250
metros, debuta un buen venado, me tiro
el rifle a la cara, el visor 3-18x50 -yo utilizo
menos aumentos- casi me permitía
acariciarlo pero me obligaba a meter el ojo más de
la cuenta; disparo tras averiguar cómo
se quita el seguro y el bicho pegó un salto y
cayó a los tres pasos, pensé ¡muerto!;
uno del cupo. Los perros empezaron a mover
la caza y vimos venaetes corriendo con
sus ciervas como almas en pena; no había
forma de que cumplieran, al pasar los
perros por donde estaba el caído, junto a dos
chaparrillas, nada cantan.
En estas, un ruido detrás, dos o tres
venados con cuatro o seis ciervas, a tiro,
100 metros; elijo el mejor, está rodeado
de otros y otras, disparo y el bicho se
estremece, se deshace el grupo, cada uno
corre en una dirección, intento cargar, la
mano derecha loca buscando el cerrojo,
al final lo consigo y nuevo tiro, lo veo caer, el
venado está allí ¡seguro!, los demás se
han ido.
He hecho el cupo –bien está lo que bien
acaba- pues había cedido mis dos
ciervas a mi sobrino Javi, atacamos el
taco, también había olvidado la Coca-Cola de
José y en justa compensación hube de
cederle una parte del Cune pequeñito que me
supo a gloria y a poco. En estas oímos
la voz del “Motica” nuestro secretario de ayer,
que hoy aparece en funciones de “maestro
de sierra”, grita que unos perros están
liados con una cierva ¿qué cierva?;
viene al puesto a beber agua y dice que lo que
hay detrás es una cierva, José y yo
juramos en arameo, somos objetores en matar
ciervas que nada nos han hecho; he
disparado a un venado mediano, con cuernos,
voy al sitio y efectivamente en un gran
charco de sangre, impropio de tan leve animal,
hay un cierva, ¿y el venado? “Motica”
insiste que yo he matado la cierva; ha sido de
carambola, José no se lo creía y va a
comprobarlo, a tocar sangre como Santo Tomás
y vuelve sin dar crédito a lo visto;
recapacito, vuelvo a ver la cierva, por si arranca
algún reguero de sangre y sí, observo
que un rastrillo. Veo a José gesticular mucho
con “nuestro” rifle en la mano y a dos
"pavos" corriendo, por prudencia no tira, al no
localizarme y los venados se marchan muy
dignos.
José estaba dispuesto a ir a visitar al
primer venao, por si necesitaba los
auxilios espirituales, pero en estas, va
el tío y -como Lázaro- se levanta, tan pancho y
en lugar de andar convaleciente, corre
como alma que lleva al diablo. Puestas así las
cosas, recuperábamos un venado del cupo;
cabe esperar otro lance, después de tres
tiros, le había cogido el tranquillo al
del cerrojo zocato.
Al ratillo viene un bicho, loco de la
vida, que no era para perder el sentido
(once puntejas aunque abierto) que me
saluda entre las jaras y al primer tiro lo pincho
y en el segundo, también acierto; me
dejó un recado: que me esperaba en el arroyo,
en el quinto pino, la quinta puñeta, que
al Rapao no llegaron las coníferas. Como no
había secretario, para una vez que hace
falta, casi tuve que nadar para ponerle la
etiqueta e intentar desvelar el enigma
del venado travestido en cierva; Germán dice
que lo vio pasar, si era ese, que luego
llegó a la Junta de carnes -no lo creo- era un
bicho más feo que Picio, con los cuernos
del revés, ¡lo que yo tiré era otra cosa! Estoy
seguro, porque lo ví muy cerca y le di
dos tiros, que compartió con la novia.
Resumen estadístico: vistos más de diez
venados, tirados tres, cobrados uno
¡y una cierva!; otro se fue a criar y el
otro, el que se dejó a su compañera en el
camino, o era el feo o lo señalarán los
buitres, guarda mediante.
En la Junta, mi primo Antonio exhibía
orgulloso un gran venado, hicimos novio a
Alvarito, del encaste Pardo/Moraleda que
ha dado, da y dará días de gloria a la
venatoria en Sierra Morena; tras las
felicitaciones navideñas, cada mochuelo a su
olivo; 2015 empieza por Navamuñoz. Con el
“regomello” de sí nos tocará la lotería de
Grupo nos separamos. Si toca,
compraremos media sierra y los venados vendrán a
buscar nuestro rifle cuando se nos
olvide. No ha caído esa breva.
¡Lo que da de sí en aventuras, un fin de
semana de caza mayor! Os lo cuento porque
la venatoria tiene días de grandeza y de
servidumbre; es mi regalo navideño –en día
de Inocentes- a mis compañeros del Grupo
Miranda.
José Calabrús